Diario de escritura
FRASES Y ROSTROS
¿Quién se va a robar un
libro?
Esta
frase la dijo mi hermana Konstanza, de 14 años. Ese día habíamos viajado a la
casa de mis abuelos para pasar el fin de semana. Como esta queda a más de 200km
de donde vivo, Oki (como le decimos), decidió llevarse un libro que le habían
pedido en el colegio para leer durante el viaje. Después de un par de horas,
llegamos a destino. Mi mamá estacionó el auto en la puerta de lo de mis abuelos
y, sin bajar ninguna de nuestras cosas, entramos a saludar. Algunos minutos
después, mi mamá se da cuenta de que mi hermana había dejado la ventanilla de
atrás abierta, y le advirtió que estaba el libro arriba del asiento, a lo que
mi hermana le respondió “Ay mamá, ¿quién se va a robar un libro? Aparte, es re
largo”.
Esta
frase llamó particularmente mi atención. Me parece muy loca, pero un tanto
acertada, la suposición de que si dejamos un libro sólo en algún lugar nadie se
lo va a llevar. A mi sinceramente me gusta mucho leer, siento que a través de
los libros podemos viajar a esos mundos que nos brindan los autores, que
podemos desconectarnos un rato de la realidad y la rutina que, muchas veces,
terminan agobiándonos; y pensar que actualmente se le da más valor a, por
ejemplo, un celular que a un libro me hizo reflexionar.
No vivimos una vez,
morimos una vez. Vivimos todos los días.
Esta
frase la leí una noche mientras veía Twitter. La anoté porque me pareció que lo
que dice es muy real. Cada día tenemos una oportunidad nueva, de hacer lo que
nos gusta, de animarnos a cosas nuevas, de disfrutar de lo cotidiano; y sin
embargo, a pesar de eso, estamos siempre estamos pensando en el mañana, en lo
que vamos a hacer, en lugar de disfrutar lo que nos regala el presente.
El martes pasado, a eso de las nueve de la noche, salí de mi clase de danza y caminé las cuatro cuadras que me separan desde el estudio hasta la parada del colectivo. Llovía y hacía frío, la parada estaba vacía. Faltaban unos 20 minutos para que llegara el micro que me deja en la esquina de mi casa, así que, para no esperar parada, decidí sentarme en el escalón de la entrada de un negocio.
Mientras aguardaba, veía pasar los pocos autos y las motos que todavía andaban por la calle, y de vez en cuando alguna que otra bicicleta. Fue entonces cuando en el semáforo frenó un auto naranja. Adelante iban un hombre y una mujer, y en el asiento de atrás una nena que no debía tener más de 9 años. Me mira, a través de la ventanilla, con los ojos bien abiertos, fijamente, como esperando algo. Entonces le sonrío, pero me doy cuenta de la inutilidad de mi gesto, pues tenía el barbijo puesto. El semáforo se pone en amarillo, después en verde. El auto arranca. La nena me mira y me saca la lengua. ¿Me habría devuelto la sonrisa si me hubiese visto?
"Acuérdense de luchar por lo imposible porque lo posible se agotó".
"No me hagas pensar porque me voy a estresar" dijo mi hermana Pía, de 6 años, cuando tuvo que hacer una tarea en la que tenía que pensar 5 rimas.
PROTOCOLO DE ESCRITURA
Protocolo de El Recuerdo
Leí la consigna que el profesor subió al blog: escribir un cuento que incluya 1 objeto con un jeroglífico, 1 perro negro, 1 objeto filoso, 1 enano, 1 reloj antiguo, 1 espejo roto y que el Narrador o Narradora sea interno, en 1° persona. Al principio, me preocupé un poco, sobre todo cómo iba a hacer para relacionar tantos elementos tan distintos entre sí.
Al cabo de unos días, se me ocurrió la idea principal del cuento: una adolescente que de una manera misteriosa descubre algo que creía haber olvidado. Pensé en los detalles: los aspectos de su vida, una adolescente, con una padre alcohólico y una madre muerta; ¿Cuál es el secreto que va a descubrir?, enseguida se me ocurrió la mentira sobre el fallecimiento de su mamá; ¿Cómo lo va a descubrir?, al principio iba a escribir que se iba a encontrar con ella misma de 16 años, en el presente, pero después creí que era mejor que se encontrara con ella de niña, ya que en ese momento había sucedido lo de su madre; traté de conectar todos los elementos a medida que se me ocurría el relato. Luego, hice una red conceptual para ordenar mis ideas, y, después de eso, me puse a escribir. Primero lo escribí a mano, y fui tachando de una lista los elementos que iba usando, lo leí, lo releí, corregí las cosas que me parecía que tenía que pulir y, por último, lo escribí en una entrada de mi blog. Lo volví a leer y me di cuenta de que me faltaba usar el reloj antiguo, así que pensé en algo rápido y lo agregué. Finalmente, lo subí a mi blog personal.
DISTANCIA
La distancia sólo aumenta el deseo de reencontrarse.
Hace unos 10 años que convivo con la distancia.
Cuando tenía 10 años y aún vivía en Buenos Aires, mi mamá y mi papá decidieron mudarnos a Pergamino en busca de un estilo de vida diferente, mas tranquilo quizás. Con 10 años, metí toda mi vida en un par de cajas y valijas, dejando atrás amigos, familia, recuerdos.
Hace 10 años que convivo con la distancia, porque, si bien mi familia nos visita algunas veces al año y nosotros a ellos, una parte de mi se quedó allá, lejos, y me vuelvo a completar cuando entró a la casa de mis abuelos y siento los olores con los que crecí, cuando me río a carcajadas con mi madrina, cuando encuentro los cuentos que mi mamá me leía antes de dormir y las carpetas con mis dibujos que mi abuela atesora.
Porque todo eso que no entró en una caja es lo mismo que tantos años de distancia no lograron romper. Porque la distancia física no impide el querer.
Hace unos 10 años que convivo con la distancia, pero se que aunque nuestros cuerpos estén lejos nuestros corazones permanecen cerca.
La distancia no es un problema.
El problema somos los humanos,
que no sabemos amar sin tocar,
sin ver o sin escuchar.
Y el amor se siente con el corazón,
no con el cuerpo.
Gabriel García Márquez
MAPEO DE MI CUADRA
Vivo en un barrio tranquilo, alejado del centro de la ciudad. Las casas de mi barrio son, casi todas, iguales o muy similares, si bien muchas aún conservan su fachada original, algunas han sido remodeladas por sus dueños en busca de una apariencia más moderna. La mayoría de las personas que las habitan son gente que vive acá hace muchos años, o sus hijos, a quienes las calles del barrio vieron crecer y que deciden darle a sus propias familias la misma experiencia.
De los vecinos de mi cuadra, que son en su mayor parte personas mayores, con quien más relación tengo es con Hugo, un señor de unos 70 años que vive a dos casas de la mía con su mujer Cristina. Es un hombre muy amable, lo conocí hace unos diez años, cuando me mudé a mi ciudad actual, y hemos compartido charlas en la vereda y en el negocio de mi mamá, y algunas clases de tango en lo de "Tito", a la vuelta de la esquina.
Vivo en una planta alta. Enfrente de mi casa están el jardín de infantes y la parroquia Santa Julia. Cuando había clases presenciales las voces de los nenes y nenas, los gritos y cantos de las maestras, los chirridos de las hamacas, se escuchaban durante todo el día, desde las 8 a.m. que empezaba la jornada y hasta casi las 5 de la tarde. Ahora no hay mucho movimiento. A la mañana circulan por la calle quienes se van a trabajar y, ya más cerca del mediodía, se ve gente saliendo a hacer las compras para el almuerzo. A la mayoría me los encuentro en "Lo de Nacho", un almacén que me queda a media cuadra de distancia.
A eso de las 2 ó 3 de la tarde al barrio lo inunda un silencio absoluto, y es muy poco probable cruzarse a alguien: es la hora de la siesta. Ya a eso de las 17:00, sobre todo los días de calor, se escucha a los chicos jugando a la pelota o andando en bicicleta.
También, a la vuelta de mi casa está la placita del barrio. Si bien ahora la están arreglando, durante varios años estuvo un poco descuidada. Muy pocas veces hay niños jugando, más bien la usan los adolescentes para jugar al básquet. Además tiene una pequeña biblioteca que no se usa como tal, pero en la que antes se brindaban distintos talleres gratuitos para los vecinos.
Por último, algo que sinceramente no extraño desde que empezaron las restricciones por la pandemia, son las campanadas de la iglesia, que se encargaban de despertarnos todos los domingos, avisando el comienzo de la misa a quienes decidían asistir.
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